El presidente estadounidense Donald Trump volvió a encender el tablero geopolítico al confirmar la incautación del que calificó como «el petrolero más grande jamás confiscado» frente a las costas de Venezuela. El operativo, liderado por la Guardia Costera de Estados Unidos, profundiza la ofensiva de Washington contra el gobierno de Nicolás Maduro y reaviva el clima de confrontación en el Caribe.
Sin aportar detalles sobre la identidad del buque ni su bandera, Trump se limitó a afirmar que se trató de un navío «muy grande» y que «otras cosas están pasando», insinuando que el episodio podría ser apenas el primer capítulo de un despliegue mayor. Funcionarios norteamericanos filtraron que el operativo habría sido una acción judicial contra un «buque apátrida» que habría partido desde Venezuela, un concepto lo suficientemente amplio como para justificar casi cualquier intervención marítima.
El hecho marca un nuevo escalón en la escalada bilateral. La incautación se produce mientras Estados Unidos despliega en la zona el operativo militar más contundente desde la crisis de los misiles de 1962. A esto se suman sobrevuelos recientes de aviones de combate cerca del Golfo de Venezuela, gestos de fuerza que en Caracas interpretan como señales inequívocas de una estrategia de asfixia total.
Aunque el régimen de Maduro evitó una respuesta inmediata, el discurso oficial es conocido: denuncian que Washington busca derrocar al gobierno bolivariano y apropiarse de las gigantescas reservas de crudo venezolanas. Según Bloomberg, la meta de la Casa Blanca es cortar la red de comercialización de petróleo que, pese a las sanciones, sigue funcionando mediante los llamados «petroleros fantasma» que abastecen principalmente a China.
El impacto financiero no tardó en sentirse: los precios del petróleo reaccionaron al alza apenas se conoció la noticia, un reflejo de la tensión que genera cualquier movimiento militar en una región clave para el suministro energético global.
El episodio también se inscribe en el relato interno de Trump, que insiste en que Estados Unidos se encuentra en un «conflicto armado no internacional» contra los cárteles de la droga, mientras Maduro enfrenta cargos por narcoterrorismo en tribunales estadounidenses. Una narrativa ideal para justificar acciones de fuerza que, como esta, vuelven a poner al Caribe en el borde de una crisis abierta.
