Por Mariángel Oviedo Andrada
Argentina acaba de sumar un hito histórico: la selección de María Noel de Castro Campos como candidata a astronauta para integrar una misión tripulada al espacio. Si todo sale como está previsto, en 2027 ella podría viajar a la Estación Espacial Internacional (EEI), lo que la convertiría en la primera mujer argentina en pisar el espacio.
De su historia: talento, formación y sueño espacial
Noel nació en el interior del país (provincias del norte), donde desde joven su curiosidad por el cosmos la llevó a interesarse por las ciencias — matemáticas, física — y a soñar con algo más allá de lo cotidiano. Su historia representa a muchas jóvenes que crecen fuera de los grandes centros: una prueba de que el talento también nace en provincias.
Con vocación científica, se volcó a la formación universitaria en áreas fuertes: combinó estudios en ingeniería/áreas vinculadas a ciencias duras, con especialización en lo que hoy se denomina bio-astronáutica / ciencias espaciales — un perfil interdisciplinario, muy buscado en misiones espaciales modernas.
Su trayectoria incluye formación y entrenamiento internacional, con pruebas de gravedad cero, simulaciones, estudios del cuerpo humano en condiciones extremas — lo que le da una solvencia técnica fuera de lo común, y la prepara para enfrentar los desafíos reales de un viaje espacial.
Hoy, su nominación a candidata a astronauta no es solo un logro personal: es un símbolo. Representa la posibilidad real de que una mujer argentina —venida del interior— pueda llegar al espacio, derribando techos de cristal, mostrando que la ciencia y la exploración espacial no son patrimonio exclusivo de grandes potencias ni de ciudades cosmopolitas.
Este logro es enorme. Pero, como muchas veces sucede en la historia de los grandes goles argentinos, el festejo convive con una cancha inclinada. Y la realidad de la ciencia nacional atraviesa una crisis estructural.
La otra mitad de la foto: recortes, desinversión e incertidumbre en ciencia y educación superior
Mientras celebramos este potencial salto al cosmos, el sistema científico-tecnológico argentino atraviesa una de sus crisis más profundas:
Tras la llegada del nuevo gobierno, la inversión estatal en ciencia y tecnología cayó dramáticamente. En 2024, la ejecución del presupuesto cayó alrededor del 32,9 % respecto al año anterior, según datos del organismo que monitorea el sistema científico nacional.
Para 2025, la previsión es aún más alarmante: la inversión en ciencia y tecnología proyecta ubicarse en torno al 0,15 % del PIB, el nivel más bajo desde 2002.
Organismos clave como CONICET sufrieron recortes de hasta un 41 % de su financiamiento respecto a 2024. Organismos vinculados a tecnología, agricultura, espacio y desarrollo industrial también sufrieron caídas de sus partidas.
Las universidades públicas y la educación superior en general están bajo tensión: recortes presupuestarios, suspensión o disminución de becas, reducción de fondos para investigación y riesgo en la continuidad de muchas líneas de trabajo científico-tecnológico.
Más allá del presupuesto, ya hay consecuencias palpables: investigadores que migran al exterior, suspensiones de proyectos, paralización en la compra de insumos esenciales, pérdida de equipamiento, y una creciente incertidumbre sobre el futuro del sistema científico nacional.
Por qué la historia de Noel no alcanza: sin políticas, talento no despega
Que María Noel de Castro Campos aspire al espacio es un impulso simbólico poderoso: representa esfuerzo, talento, esperanza… lo que sí importa. Pero que ese talento pueda florecer —y multiplicarse— requiere algo más que buenas intenciones: exige políticas públicas acertadas, inversión sostenida en ciencia, tecnología y educación superior, equidad de género, federalismo científico y un sistema que no se desmorone apenas pisa un problema fiscal.
Hoy, más que nunca, este hito debería leerse como una alarma de oportunidad: si Argentina quiere seguir compitiendo en la liga espacial —y científica—, debe dejar de apostar por la retracción. Debe recuperar inversión, recuperar interés por el conocimiento, recuperar orgullo por construir ciencia propia. Porque cada generación que se va, cada proyecto que se cancela, es una pieza menos en el sueño de volar alto.
El destino de la nueva astronauta depende no solo de su valentía, preparación y talento. Depende también de la decisión colectiva: de si decidimos invertir en conocimiento hoy o resignarnos a mirar de lejos los cohetes que ya despegaron.
