
La historia de Justina Lo Cane, la niña de 12 años que falleció en 2017 mientras esperaba un trasplante de corazón, marcó un punto de inflexión en la conciencia social y en el marco legal de la donación de órganos en la Argentina. Su caso impulsó la sanción de una ley que cambió para siempre la manera en que el país entiende la solidaridad y el derecho a donar.
«Papi, ayudemos a todos los que podamos», fue el pedido que Justina le hizo a su padre durante su internación en la Fundación Favaloro. Aquella frase se convirtió en el motor de una transformación profunda que derivó en la promulgación de la Ley Justina (N° 27.447), aprobada por unanimidad en el Congreso Nacional el 4 de julio de 2018.
La normativa establece que todas las personas mayores de 18 años son donantes de órganos y tejidos, salvo que expresen lo contrario en vida. Antes de su sanción, la legislación vigente (Ley N° 24.193) exigía manifestar la voluntad de donar y, en caso de no hacerlo, eran los familiares quienes debían autorizar el procedimiento. Esa exigencia solía frenar los trasplantes por desconocimiento o desconfianza.
«Más allá de que la Argentina es un país solidario y donante, la Ley Justina mejoró y reforzó el derecho individual de cada persona a decidir por sí misma y no dejar esa responsabilidad en manos de los familiares», explicó Ezequiel Lo Cane, padre de Justina e impulsor de la iniciativa, en diálogo con C5N.
Desde su implementación, la ley representó un cambio cultural y operativo en el sistema de donación y trasplante. Según datos oficiales del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (INCUCAI), actualmente hay más de 7.000 personas en lista de espera por un órgano o tejido en el país.
La magnitud del impacto se refleja en un dato clave: una sola persona donante puede salvar o mejorar la vida de hasta siete pacientes, gracias a los trasplantes de corazón, hígado, intestino, páncreas, pulmones y riñones.
Cada 14 de octubre, en el marco del Día Mundial de la Donación de Órganos, Tejidos y Trasplantes, la historia de Justina vuelve a cobrar fuerza. Su nombre ya no es solo el de una niña que esperó un corazón, sino el de una ley que dio vida a miles de otros corazones.