Pese al desgaste del poder y las tensiones de gobernar, las urnas volvieron a favorecer a Javier Milei en las elecciones de medio término. El fenómeno rompe cualquier lógica: un presidente salpicado por escándalos, ajuste y recesión mantiene intacto su magnetismo entre los jóvenes. ¿Qué sostiene al libertario entre quienes, paradójicamente, están desencantados de la política?
Cada voto condensa una historia: decisiones que mezclan lo visible ya sea el empleo, situación económica, seguridad con lo invisible, como la esperanza, el miedo o el desencanto. Y ese enigma se vuelve todavía más profundo cuando se trata del voto joven.
En los últimos años, los medios construyeron la imagen de una inclinación juvenil hacia la derecha que encarna Milei, acompañada de un creciente desapego por los partidos tradicionales y una marcada desconfianza hacia el Estado. Pero más allá del relato mediático, hay algo real: una generación desencantada.
La Generación Z, nacida entre los 90 y los 2010 y la Generación Alfa, desde 2010 hasta hoy, crecieron viendo pasar al menemismo, kirchnerismo y macrismo. A pesar de sus diferencias, muchos jóvenes los perciben como parte del mismo ciclo de frustraciones. En Milei ven algo nuevo: el outsider que saltó del mundo de las redes a las Casa Rosada sin pedir permiso, el que insultó a la “casta”, aunque hoy —ya en el poder— la represente.
El antropólogo y sociólogo Pablo Semán, especialista en el estudio del avance de la derecha entre los jóvenes, sostiene que el apoyo al gobierno libertario, a pesar del contexto de crisis, puede explicarse por la existencia de un “voto oculto”: personas que, aun con reparos o contradicciones, acompañan a Milei como una forma de evitar el retorno de lo que perciben como “el pasado”.
“El miedo a que volviese el peronismo, más que una adhesión plena al proyecto libertario, empujó a muchos a votar a La Libertad Avanza”, señala Semán. No se trata —dice— de que la gente vote contra sus intereses, sino de que la lógica del voto es mucho más emocional y simbólica de lo que solemos admitir.
De hecho, los números muestran que la juventud es precisamente el sector más golpeado por las políticas de ajuste. Según el INDEC, en el primer trimestre de 2025 la tasa general de desempleo alcanzó el 7,9% de la población económicamente activa, pero más de la mitad de ese porcentaje corresponde a personas menores de 29 años. El fenómeno de los jóvenes que no logran independizarse sigue siendo persistente: en 2024, más de 2,2 millones de personas de entre 25 y 35 años continuaban viviendo con sus padres o abuelos, según datos de Tejido Urbano. A esto se suman el desfinanciamiento de las universidades públicas y el deterioro de los programas de becas y apoyo estudiantil.
El politólogo Andrés Malamud lo resume: los votantes eligieron “no volver atrás” incluso en un contexto de insatisfacción económica. “De 2011 a 2025 tenemos el mismo PBI, pero somos más; entonces lo distribuimos entre más. En definitiva, nos volvimos más pobres”, explicó. Sin embargo, esa realidad no se tradujo en un voto castigo al oficialismo, sino en una reafirmación del camino elegido. Una promesa relativa certidumbre, más que una esperanza desconocida de mejora.
El 66% de ausentismo en las elecciones pasadas debería ser una señal de alarma: detrás de esos números hay una generación que dejó de creer que la política pueda cambiar su vida. No se trata de un voto contra los intereses, sino que de la búsqueda de sentido en medio del vacío de representatividad. En ese terreno fértil del desencanto se sostiene Milei, un líder cuyo combustible es sigue siendo el enojo y la desilusión por el pasado. Será necesario revertir el desencanto para que deje de ser funcional a quienes bajo la fachada de “lo nuevo” prometen romperlo todo, aun si en el intento terminan rompiendo las últimas esperanzas de una generación que merece algo mejor.
Por Mauricio Goyochea, periodista de Agencia de Noticias La Rioja
