La Corte Suprema consuma la proscripción de la dirigente más votada del país

En una jornada marcada por la tensión institucional y la movilización popular, la Corte Suprema de Justicia confirmó este martes la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos contra la expresidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. La decisión, lejos de representar un acto de justicia, se inscribe en un proceso de persecución política sistemática denunciado como «lawfare» que tiene como objetivo proscribir a la líder más representativa del campo nacional y popular.

 

Un fallo sin pruebas firmes, con consecuencias políticas

El fallo de la Corte cierra la vía judicial local para una condena sostenida sin pruebas directas, basada en suposiciones políticas más que en evidencia concreta. Diversos juristas y organismos de derechos humanos nacionales e internacionales han señalado irregularidades graves en la causa Vialidad, que se centró en la adjudicación de obras públicas durante los gobiernos kirchneristas en Santa Cruz.

Pese a ello, el máximo tribunal desestimó los planteos de la defensa, convalidando una sentencia armada en los tribunales federales de Comodoro Py, epicentro de una maquinaria judicial alineada con los sectores concentrados del poder político y mediático.

La estrategia de la proscripción

Esta resolución llega en un momento clave: a pocos meses de las elecciones legislativas de septiembre, en las que Cristina había deslizado la posibilidad de ser candidata. Con la condena firme, queda formalmente inhabilitada, lo que consolida una estrategia de la oposición para impedirle competir y silenciar su voz en el escenario institucional.

La movida no sorprende. Desde hace años, el poder económico, mediático y judicial ha trabajado coordinadamente para correr del tablero a quien representa una amenaza real al status quo. La misma Cristina denunció que el objetivo no era su cárcel, sino su proscripción política, y hoy esa advertencia se materializa.

Movilización y repudio popular

Mientras la Corte difundía su fallo, miles de personas se movilizaban en distintos puntos del país para expresar su respaldo a la vicepresidenta y denunciar el avance de un sistema judicial al servicio de intereses partidarios. Frente a Tribunales, en la sede del Partido Justicialista y en múltiples provincias, la consigna fue clara: «Con Cristina no se jode».

 

Organizaciones sociales, sindicales, de derechos humanos y amplios sectores del peronismo denunciaron el uso del aparato judicial como herramienta de discplinamiento político. “Esto es un golpe blando, no contra Cristina sola, sino contra la voluntad popular”, expresaron desde La Cámpora.

 

Reacciones cruzadas: silencio cómplice y festejo oficialista

 

Mientras el oficialismo de Javier Milei celebraba la sentencia con tono revanchista con el presidente incluso retuiteando publicaciones que hablaban de “la caída del kirchnerismo”, desde el Frente de Todos advirtieron que se trata de un hecho de extrema gravedad institucional.

 

“No hay democracia plena con líderes proscritos”, afirmó el gobernador Axel Kicillof. En tanto, referentes internacionales como Evo Morales y Dilma Rousseff expresaron su solidaridad con Cristina y su preocupación por la degradación del estado de derecho en Argentina.

El camino internacional y la lucha que sigue

La defensa de Cristina ya prepara una apelación ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, denunciando la violación al debido proceso y el uso arbitrario del Poder Judicial como herramienta política. El escenario electoral, por otro lado, se reconfigura con rapidez: sin Cristina en la boleta, se vuelve aún más urgente para el movimiento popular definir estrategias de unidad y acción frente a la proscripción.

La condena contra Cristina Fernández de Kirchner no es un episodio más de la vida judicial argentina. Es un acto de persecución política, una señal clara de que el poder real no tolera líderes que representen a las mayorías, y mucho menos a mujeres que desafían sus privilegios. Pero también es una muestra de que, en las calles y en la conciencia del pueblo, sigue viva la convicción de que Cristina no está sola. Y que la historia, más temprano que tarde, pondrá las cosas en su lugar.

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