El reciente comentario de la diputada nacional por La Libertad Avanza, Lilia Lemoine, respecto a la agresión sufrida por el fotógrafo Pablo Grillo durante una manifestación, ha generado controversia y debate. En una entrevista con A24, Lemoine afirmó que la situación, donde una cápsula de gas lacrimógeno impactó en la cabeza de Grillo dejándolo en grave estado, fue “un accidente” y justificó la agresión con la frase: “No podés hacer un omelette sin que se rompan un par de huevos”.
El hecho ocurrió en medio de una tensa confrontación entre manifestantes y las fuerzas de seguridad, cuando Grillo, quien estaba cubriendo la protesta, recibió el impacto de la granada. La diputada, sin embargo, minimizó la responsabilidad de la policía y sugirió que el fotógrafo no debía encontrarse en el lugar del conflicto, señalando que no era parte de su trabajo estar entre la policía y los manifestantes.
Esta declaración no solo refleja una falta de empatía ante la situación dramática de un trabajador de prensa que se encontraba cumpliendo con su función, sino que también deja al descubierto una visión peligrosa sobre la violencia en el contexto de protestas. En lugar de abordar las circunstancias de un ataque accidental, Lemoine lo contextualizó como un incidente inevitable, un “daño colateral” dentro del marco de la represión.
Las palabras de Lemoine se suman a las de otros funcionarios, como la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, que también justificó la actuación policial alegando que los agentes estaban simplemente respondiendo a la violencia de la protesta. Esta actitud refleja una constante en el discurso oficial que tiende a criminalizar a los manifestantes y a desresponsabilizar a las fuerzas de seguridad, a pesar de las evidentes irregularidades en el uso de la fuerza.
El hecho de que Lemoine, en lugar de expresar un condena clara hacia el incidente, intente justificarlo bajo la premisa de que «en la violencia se pierden algunos huevos», resalta la banalización del sufrimiento ajeno y el peligro de deshumanizar los conflictos. Esta frase, tan despectiva como insensible, debería abrir un debate serio sobre el papel de los funcionarios en la protección de los derechos humanos y la libertad de prensa en el contexto de las protestas sociales.
Es fundamental reflexionar sobre el discurso político y cómo este puede influir en la percepción pública de los hechos. Mientras que la democracia permite la libre expresión y el ejercicio de protestas, también debe garantizar la seguridad de quienes informan, en especial a periodistas y fotógrafos que arriesgan su integridad para mostrar la realidad.